VIDA DE SAN SEBASTIAN

(MÁRTIR EN ROMA († 288)

 

DÍA 20 DE ENERO
Patron de Poyales del Hoyo (Avila)

 

 

Narbona y Milán se disputan la gloria de haber servido de cuna a este héroe cristiano, y a la verdad, bien puede decirse que es hijo de ambas ciudades, ya que su padre era un noble galo oriundo de Narbona, y su madre una milanesa.

Recibió en Milán excelente y cristiana educación, y abrazó la carrera militar por los años 283, no tardando en señalarse por su lealtad, inteligencia y valentía. Imperando Diocleciano, sucesor de Carino en 284, Sebastián consiguió el grado de centurión en la guardia pretoriana, cargo encomendado a personajes de noble alcurnia.

Las brillantes cualidades de nuestro héroe habíanle granjeado el cariño del empera­dor, en cuyo palacio residía habitualmente. El principeignoraba su calidad de cristiano, pues Sebastián guardaba este secreto, no por falta de valor, sino para así socorrer más fácilmente a los cristianos encarcelados por la fe. Por entonces promovióse una gran persecución contra los discípulos de Cristo. Sebastián, aprovechándose de las prerroga­tivas anejas a su grado de oficial, penetraba en las prisiones con bien preparadas excusas y no pasaba día sin ir a consolar a los cautivos y fortalecerlos en la fe.

En lo más recio de la persecución, dos caballeros romanos, Marco y Marceliano, hijos gemelos de Tranquilino y de María, personas muy nobles y ricas, se negaron a sacrificar a los ídolos y fueron condenados a muerte. Sus padres, paganos todavía, con­siguieron de Cromacio, teniente del prefecto de Roma, un plazo de treinta días para persuadir a sus hijos que sacrificasen. Los condenados fueron, pues, confiados a la custodia de Nicóstrato, primer escribano de la prefectura y tuvieron que sostener con­tinuos asaltos por parte de toda su familia.

Conmovidos por las lágrimas de sus padres, esposas e hijos, los dos combatientes ya empezaban a vacilar, cuando Sebastián se presentó en la prisión y con su palabra, encendida por el amor a Cristo, los confirmó en la fe. Aun no había terminado su dis­curso, cuando Zoé, la mujer del escribano Nicóstrato, se arrojó a sus pies, dándole a entender con gestos, pues hacia seis años que había quedado muda, el ardiente deseo que tenia de ser cristiana. Sebastián trazó sobre sus labios la señar de la cruz, y al punto, recobrado el uso de la palabra, empezó a publicar que profesaba la fe de Sebastián.

Con este milagro tan patente e ilustre, Nicóstrato se convirtió luego a la fe de Cristo, y se echó a los pies del oficial imperial; pidió perdón a los dos cristianos cuya guarda le habían encomendado, les soltó las cadenas y declaró públicamente que quería compartir s« martirio. La familia misma, que momentos antes pretendía hacer apostatar a los confesores, renunció al culto de los ¡dolos y toda la asamblea, prorrumpiendo en lágrimas, dio gracias a Dios y deploró su infidelidad.

Nicóstrato hizo promesa de no tomar alimento alguno antes de recibir el bautismo;

mas Sebastián, moderando su ardor, le aconsejó llevase los presos a su propia casa, y él mismo salió apresuradamente en busca del sacerdote Policarpo, muy conocido, tanto por su celo en mover a conversión, como por su abnegación al servicio de los cristianos encarcelados.

Nicóstrato, so pretexto de asustar a los presos con la vista de los instrumentos de suplicio, los llevó a su casa. Como el carcelero Claudio se admirase mucho de esta pro­videncia inopinada, llamóle el escribano a parte, y le refirió lo ocurrido. Claudio, que tenia dos hijos enfermos, los llevó inmediatamente a casa de Nicóstrato y rogó encare­cidamente a los neófitos que los curasen.

"Sólo el bautismo puede realizar tal milagro —respondieron los convertidos. Claudio, movido por la gracia, se colocó con sus hijos entre los catecúmenos. Policarpo1 celebró la ceremonia del bautismo en casa de Nicóstrato, y Sebastián fue el padrino de los nuevos cristianos. Los hijos de Claudio fueron sumergidos los primeros en el agua regeneradora y salieron llenos de vigor, recobrando al mismo tiempo la salud del alma y la del cuerpo.

Tranquilino, padre de Marco y Marceliano, que estaba como tullido de la gota hacia ya once años y era menester llevarle en brazos, sintió fuertes dolores cuando hubieron de desnudarle. Cuando el sacerdote le preguntó para animarle, si creía que Jesucristo podría curarle al perdonarle los pecados, respondió: "Creo que mi Salvador puede concederme la salud del cuerpo y la del alma; mas sólo pido el perdón de mis pecados. Con gran satisfacción ofrezco mis dolores en holocausto a Jesucristo". Los asistentes se deshacían en lágrimas y pedían a Dios recompensase la fe de su siervo. Policarpo preguntó por segunda a vez a Tranquilino:

—¿Crees en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo?

—Si—respondió el anciano y bajó con paso firme a la fuente bautismal. Estaba curado.

 

SEBASTIAN CONVIERTE AL VICARIO DEL PREFECTO DE ROMA

 

Los recién bautizados permanecieron diez días en casa de Nicóstrato. Aleccionados y fortalecidos por Policarpo y Sebastián cantaban las alianzas de Cristo y se preparaban al combate. Abrasados del amor de Jesucristo, pedían con instancia la gracia del mar­tirio. Las mujeres y los niños no demostraban menos confianza y valor que los hombres.

Terminó el plazo de los treinta días, y Cromacio mandó comparecer a Tranquilino ante su tribunal. El senador le dio las gracias y le dijo: "El plazo que me concediste ha conservado los hijos al padre y ha devuelto el padre a los hijos". No entendió Cromaeio el sentido de estas palabras; antes bien, creyendo que Tranquilino había vencido la cons­tancia de sus hijos, ordenó trajeran incienso para que Marco y Marceliano pudiesen sacrificar a los ídolos. Pero Tranquilino, irguiéndose disipó las ilusiones del teniente del prefecto, declaró que era cristiano y refirió el milagro que el Señor habia obrado en su . favor.

Cromado también padecía de la gota; más como habia en el pretorio mucha asisten­cia, no se atrevió a continuar el interrogatorio; hizo prender a Tranquilino y anunció que examinaría su causa en la audiencia próxima. Por la noche, mandó llamar secreta-, mente al anciano y, cuando Tranquilino estuvo presente, suplicóle Croniacio que le revelase el remedio que le habia curado, y hasta se atrevió a tentarle ofreciéndole cuan­tiosas sumas de dinero. "Debo mi curación a la omnipotencia del Altísimo—repuso el senador—y sólo Cristo tiene el poder para otorgaros el mismo alivio".

El funcionario imperial pidió en seguida ser presentado al sacerdote que le habia bautizado, pues esperaba obtener, como los catecúmenos, su completa curación. A toda prisa Tranquilino llevó a Policarpo a casa de Cromacio. Renovó éste sus ofrecimientos y hasta prometió la mitad de su fortuna si conseguían curarle.

"Dios nos libre de trafico tan criminal—repuso el ministro del Señor—; pero Jesucristo puede rasgar el velo de vuestra incredulidad y curar todas vuestras dolencias, si creéis en EL de todo corazón".

Después de un ayuno de tres días, Policarpo y Sebastián volvieron a ver a Cromacio, y, con ocasión de los fuertes dolores que padecía, le hablaron de los suplicios del infier­no. El vicario del prefecto atemorizado pidió, en el acto, el favor de ser contado en el número de los catecúmenos.

Sin embargo, tenia en su morada gran número de ídolos domésticos. Sebastián le hizo presente que no podía servir a la vez a Dios ya los demonios, rogándole hiciera desaparecer todos los vestigios de culto a los falsos dioses. Consintió en ello el teniente del prefecto, y con este fin quiso dar órdenes a la servidumbre. Más, Sebastián le contuvo.

—Vuestros sirvientes son aún paganos y esclavos del demonio; los dioses pueden aún hacerles daño . A nosotros, discípulos de Cristo, toca hacer pedazos a los ídolos.

 Púsose en oración y lleno de fuerza sobrenatural, recorrió el palacio y derribó los doscientos ídolos que eran allí adorados. A la vuelta, el funcionario no experimentaba alivio alguno.

—Os queda aún algo por romper—exclamó Sebastián—; vuestra fe no es todavía completa.                                                   -

Cromacio confesó que poseía un gabinete lleno de instrumentos de astrologia. Eran legados de sus antepasados y la familia los conservaba con religioso respeto. Sebastián arremetió vivamente contra esta otra superstición, y su lenguaje enérgico y vigoroso, provocó la renuncia del prefecto a todos aquellos instrumentos que sin duda impedían su curación. Apenas Cromacio hubo dado su consentimiento, cuando Tiburcio su hijo,. entró despavorido en la sala como loco furioso:

—'He mandado encender dos hornos—exclamó con voz encolerizada—y juró arrojar en ellos a Sebastián y a Policarpo si no se cura mi padre.

Los dos cristianos aceptaron la condición y al punto empezaron a destruir los últimos vestigios de la superstición pagana. En aquel instante aparecióse a Cromacio un joven rodeado de luz resplandeciente que le dijo:

—Cristo me envía para curaros.

En el acto se sintió Cromacio libre de la gota, se levantó y, en un arranque de agrade­cimiento, quiso besar los pies al médico misterioso. El desconocido le detuvo:

—No sois digno de tocar al ángel del Señor, en tanto no hayáis sido regenerado en las aguas del bautismo.

Al oír estas palabras arrojóse Cromacio a los pies de Policarpo y de Sebastián, supli­cándoles no diferiesen por más tiempo su bautismo. Exhortóle Sebastián a recibir dignamente sacramento tan augusto, por medio del ayuno y la oración. Diolo claramente a entender que, en virtud de su nuevo carácter de cristiano, debería renunciar a su cargo de teniente del prefecto de Roma, una de las primeras dignidades de la ciudad imperial, para no verse obligado a presidir ceremonias paganas y perseguir a los cristia-no&por orden del emperador. Cromacio se mostró dispuesto a todos los sacrificios.

Al cabo de varios dias de oración y penitencia fue recibido en el seno de la Iglesia. Toda su casa y la mayor parte de sus numerosos esclavos siguieron su ejemplo;

Sebastián fue el padrino de aquellos mil cuatrocientos convertidos. Cromacio dio la libertad a los esclavos, pero casi todos prefirieron continuar a su servicio.

 

LA PERSECUCIÓN

 

Entre tanto embravecíase cada día más la persecución. Por orden del emperador, ya no podían los cristianos comprar ni vender sin ofrecer antes incienso a los ídolos.

Cromacio había renunciado a su cargo; su anchuroso palacio servia de lugar de reunión a los cristianos. Poseía además vastas propiedades en Campania que puso a disposición de los Cristianos de Roma que quisiesen refugiarse en ellas. El Papa san Cayo designó al presbítero Policarpo para que los acompañase.

Tiburcio, el hijo de Cromacio, convertido en cristiano admirable, y Sebastián, permanecieron en Roma. El valeroso oficial, siempre en la brecha, visitaba y animaba a los combatientes; recorría las cárceles llevando por doquier palabras de aliento y salvación.

Al marcharse Cromacio, los cristianos, perseguidos por todas partes, hallaron refugio en el palacio mismo del emperador, en la morada de Cástulo, intendente de los baños y estufas.

Hacia ya algún tiempo que los cristianos celebraban sus reuniones con el mayor secre­to, al abrigo de la policía, cuando surgió entre ellos un falso hermano llamado Torcua-to. Merced a sus artificios, los fieles fueron sorprendidos durante una de sus reuniones. Cástulo, Tiburcio, Marco y Marceliano fueron arrestados, y el traidor, para evitar sosr pechas, dejóse llevar a la cárcel con los mártires.                                  \

En aquellas tristes circunstancias, Sebastián avivó la llama de su celo para asistir a sus hermanos cautivos. En vida o después de su muerte, los fieles que le habían tratado más de cerca, fortalecidos con sus exhortaciones, soportaron, sin flaquear, los más atroces tormentos. Asi los santos gemelos Marco y Marceliano permanecieron un dia y una noche atados a un poste y expuestos a los insultos del populacho amotinado; acabaron con ellos a lanzadas el 18 de junio del año 286. Santa Zoé, mujer de Nicóstrato, fue colgada de un árbol por los cabellos y murió el 5 de julio, asfixiada, por un fuego de estiércol encendido bajo sus pies. Tranquilino, padre de los santos Marcos y Marcelia­no, Ordenado de presbítero por san Cayo, murió apedreado por los paganos el 6 de julio, octava de los santos Apóstoles, mientras oraba sobre la tumba de san Pedro. San Tiburcio fue degollado fuera de la ciudad, el 11 de agosto. Dos años más tarde, en el 288, san Cástulo fue enterrado vivo el 26 de marzo, en un montón de arena, en la vía Lavicana. San Nicóstrato arrestado por orden del juez Fabián, san Claudio y tres cristianos más, los santos Castor, Victorino y Sinforiano, fueron arrojados al Tiber y perecieron ahogados en 7 de julio. También a san Cromacio se le venera como mártir el 11 de agosto.

 

MARTIRIO DE SAN SEBASTIAN

 

Sebastián habia sostenido a los atletas de Cristo en medio de los más terribles comba­tes y, no obstante permanecía libre. Mas Dios habia bendecido sustrabajosy la hora de la recompensa se acercaba.

Los delatores prosiguieron su obra, y a su vez Sebastián fue denunciado. Profesaba Diocleciano gran cariño a tan brillante oficial, por lo que se negó al principio a dar crédito a la acusación; más cediendo a las instancias de los cortesanos, mandó compare­cer ante su presencia al jefe de sus guardias.

Comprendió Sebastián que habia llegado para él la hora del gran combate.

—Te acusan de que eres cristiano—dijo el principe—. ¿Es cierto?

—Si—respondió el oficial—; siempre he tenido por locura implorar el auxilio de piedras inertes que el hombre puede impunemente hacer pedazos. Al oir tales palabras, el emperador, alzándose airado, exclamó:

—¡Siempre te he querido y te he distinguido entre los principales personajes de mi corte, y ahora desobedeces mis órdenes e insultas a mis dioses!

—Siempre he invocado a Jesucristo en favor vuestro y en pro de la conservación del imperio, y siempre he adorado, al Dios que está en los cielos;

Juró el tirano castigar sin tardanza al valiente arleta de Cristo; pero Sebastián gozaba de gran popularidad en el ejército, por lo cual temió Diocleciano que se sublevaran los soldados si les encargaba de dar muerte al jefe a quien tanto querian.

Ahora bien, había a la sazón en Roma una tropa de arqueros númidas, a sueldo del emperador, ajenos por completo al modo de ser y sentir del ejército romano, y capaces decualquier tarea penosa para los demás soldados. Diocleciano recurrió a semejantes bárbaros.                                                    ,

Estos obedecieron sin escrúpulos las órdenes del, emperador y encadenaron a Sebas­tián, como un malhechor, sin consideración por su grado; luego lo sacaron al campo, le despojaron de sus vestidos y le sujetaron para que les sirviese como de blanco.

Intrépido y tranquilo el mártir alzaba los ojos al cielo, daba gracias a Dios y oraba por sus verdugos. A una señal de su jefe, los númidas le acribillaron con sus flechas y no pararon hasta que le dejaron muerto.

Durante la noche, santa Irene, mujer de san Cástulo, recogió el traspasado cuerpo del mártir. Sebastián respiraba todavía; la valerosa cristiana se lo llevó sigilosamente a su morada, situada, como la de otros cristianos, en el palacio mismo del emperador. Gracias a sus asiduos cuidados, Sebastián recobró la salud.

Todos le creían muerto; podia, pues, ocultarse y librarse de la ira de sus perseguido­res. Mas el noble y valiente oficial había combatido largo tiempo y no quería perder la palma de la victoria. Su celo ardiente le sugirió el generoso propósito de sacrificarse una vez más por sus hermanos, y echar en cara al emperador la injusta crueldad que usaba contra los cristianos. Asi, pues, a pesar de los ruegos de los fieles, fue a ponerse en la escalera del palacio, a la hora en que Diocleciano acostumbraba a subir por ella.

Turbóse el emperador por esta inesperada aparición, y creyendo ver alzarse ante si la sombra vengadora de Sebastián, retrocedió estupefacto. Sin embargo, cobró ánimos, e, interpelando al que seguía considerando como un fantasma, le dijo:

—¿No eres tú Sebastián, a quien yo condené hace poco tiempo a ser asaetado?

—Nuestro señor Jesucristo me ha devuelto la vida, y vengo en su nombre a echaros en cara los males con que abrumáis a los cristianos.

Embravecióse más el fiero tirano y ordenó la detención del insolente que venia a despertar sus remordimientos; conducido luego al hipódromo, mandó Diocleciano que

lo azotasen y apaleasen hasta que muriese.

Para impedir que los cristianos venerasen las reliquias del santo mártir, arrojaron

con desprecio su cuerpo ensangrentado a una cloaca, donde quedó milagrosamente colgado de un clavo, merced a lo cual libróse de la infección de aquel lugar.

.Pero Jesucristo quiso glorificar a su fiel siervo dos veces mártir y permitió que Sebastián se apareciese en sueños a una piadosa matrona romana llamada Lucina, a la que reveló el sitio en que se hallaba su cuerpo, y le ordenó que le hiciese sepultar cerca de la catacumba donde descansaban los restos de los soberanos Pontífices.

Aquella noble cristiana ejecutó fielmente su orden, y la catacumba donde fue sepul­tado el oficial mártir se conoce con el nombre de san Sebastián.

Los autores señalan unánimes el 20 de enero como fecha del martirio de san Sebastián, pero difieren en cuanto al año; unos dicen que el 288, otros que el 304. La primera fecha nos ha parecido más probable, teniendo en cuenta las fechas señaladas para el martirio de los santos a quienes Sebastián sirvió de sostén en sus últimos días.

La fama de san Sebastián se esparció por el mundo entero y adquirió gran populari­dad. Se le invoca contra toda clase de epidemias, según reza la inscripción grabada sobre su tumba, y su imagen es una de las más esparcidas por la iconografía cristiana.

La imagen más antigua que se conoce de san Sebastián es la de la iglesia de san Pedro ad Vincula, del año 680; es un mosaico que representa el Santo en traje de palacio con barba, manto y una diadema en la mano, y alrededor de la cabeza un nimbo resplande­ciente. Posteriormente se le ha representado a menudo en figura de un joven atado a un árbol con flechas clavadas en el cuerpo.

 


CÁNTICOS A SAN SEBASTIAN


 

BENDITO SAN SEBASTIAN

 

Bendito San Sebastián

te vamos a pedir

que nos concedas la paz

que tú puedes conseguir.

 

Pues concedes tus favores

al que te invoca amoroso

escucha nuestros clamores

Sebastián,  Mártir Glorioso.

 

Pues tanto te atormetaron

los que martirio te dieron

que difunto te tuvieron

y a un muladar te arrojaron.

 

Para tormentos mayores

resucitas milagroso.

Escucha nuestros clamores

Sebastián, Mártir Glorioso.

 

De capitán esforzado

tu gloria doblada

fue siendo mártir por la fe

lo fuiste por el Estado.

 

Pues escucha tus favores...

Reprendiste a Diocleciano

con denuedo nunca visto

porque a los fieles de Cristo

persiguió tan inhumano.

 

Tus hechos merecedores

son de este título hermoso,

Escucha nuestros clamores

Sebastián, Mártir Glorioso.

 

!!VIVA SAN SEBASTIAN

BENDITO, QUE NOS LIBRE

DEPESTES,HAMBREY GUERRAS!!

¡¡¡VIVA!!!


 

HIMNO A SAN SEBASTIAN

 

Adalid y valiente capitán

fue el mártir San Sebastián

fiel amante de Cristo

y de su cruz.

 

Que en lucha desigual

del. averno triunfó

de laurel inmortal

sus sienes conoró.

 

Entonemos gozosos himnos mil

al grito del añafil:

Viva, viva el Patrón

de esta villa leal

que con fiel corazón

canta un himno triunfal

 

Valeroso Sebastián:

danos la paz, danos la paz.

 

 

OH INVICTO SANTO Y MÁRTIR

 

Oh invicto santo y mártir

que del tirano sufres las iras

por este pueblo, que fiel te aclama

desde la gloria intercede y mira,

desde la gloria intercede y mira.

 

San Sebastián, bendito

que desde el cielo nos patrocinas

pide al Rey de la Gloria

que nos defienda de acción indigna.

Y asi fieles marchando

por el camino que tu seguiste

seremos coronados con la corona

que tu seguiste.

 

Oh invicto santo y mártir....

 

De Cristo atleta fuistes

santo bendito de mis amores

que a los cristianos tibios

les reanimabas con tus fervores.

Haz que de mi tibieza

salga yo pronto con heroísmo

y muera si es preciso

como soldado del cristianismo.

 

Oh invicto santo y mártir....