ANDORRILLA AVILESA – 1958

Casimiro Hernandez Rodriguez

CAPÍTULO XVI

El caso Poyales

La denominación de Andorrilla puede inducir a error y hacer creer que se trata de unos municipios aislados del resto de la provincia, unos de esos enclavados de los que tenemos bastantes casos en España. El condado de Treviño, perte­neciente a Burgos está incrustado en Álava. En esta misma provincia se halla el señorío de Orduña que es de Vizcaya. A su vez, dentro de Vizcaya está el término de Villaverde de Treviso, que depende de Santander. Petilla de Aragón, pueblo natal de Ramón y Cajal, aragonés por su situación geográfica, pero navarro administrativamente. Hay dos casos de encla­vados rodeados por dos provincias, distintas a la suya. Uno el rincón de Ademuz, que siendo de Valencia se halla apri­sionado entre Cuenca y Teruel. Otro es Anchuras, de Ciudad Real, limitado por Toledo y Badajoz. Por último citaremos el caso de Llivia, de Gerona, que se halla en pleno territorio francés. El caso de Poyales no se asemeja a ninguno de éstos, pues es municipio de Avila rodeado por tierras de Avila.

Hubo un poeta griego, no recuerdo cual, que comparó al Estado con una nave atravesando una borrasca tormentosa. Gustó esta comparación, y fue imitada por muchos autores. El canciller Don Pedro, López deAyala, escribió sobre la nave de San Pedro pasando una gran marejada, refiriéndose a la situación de la Iglesia en el tiempo en que él vivió, cuando había un papa en Roma y otro en Aviñón. Si se compara al Estado con una nave, se permitirá comparar también con un barquito al Ayuntamiento de Poyales del Hoyo. He de mencionar otra vez a Don Pío Baroja. En su novela. «Las inquietudes de Santhi Andía» nos describe un buque negrero en el que estalla una sublevación. El capitán, que era vasco, se hace fuerte en el castillete de popa, con un grupo de fieles han de ser tomados por unanimidad. Por el «liberum veto» fracasó la Polonia de Kosciusko y Sociedad de Naciones de Ginebra. Y sin embargo, este procedimiento es el único a que pueden recurrir las autoridades de Poyales para efectuar obras públicas dentro de la zona agrícola. La carretera la cuida el caminero del Estado. De los caminos anchos de las Vegas se preocupan los camineros de la Diputación. Otros caminos de herradura han de ser arreglados por iniciativa del Municipio. Se ha de solicitar la ayuda de los propietarios de las fincas afectadas, que suelen darla. Pero a veces surge un testarudo que no quiere prestar su cooperación. El alcalde no puede presionar sobre él, puesto que la obra se efectúa en término de otros pueblos. Los alcaldes de Arenas y Candeleda no se enteran y no actúan. Cunde el desaliento y los trabajos no se efectúan. Así fracasó un proyecto de enlosar un vado del río Muelas, que se pensó hacer para que los carros no se atascaran.

No actúa con eficacia la justicia. Entre los inconvenien­tes del minifundio se ha destacado la endémica ratería. El amo no puede estar presente en todas las fincas. En tierras de pan llevar se amortigua esta plaga; pero en las de frutos y legumbres, de mayor valor por unidad de peso, se acentúa la gravedad. Cuando las cosechas se hallan en su apogeo se lanzan pregones como el siguiente: «Se hace saber a los ve­cinos, que ninguno sea osado a entrar a higos en la finca... y al que se le coja será llevado a los tribunales». Hay guardas que en vez de actuar en nombre del Ayuntamiento han de hacerlo en nombre de la Hermandad, otro sucedáneo de la autoridad. Las denuncias de estos guardas han de ser ventiladas ante los jueces de los pueblos cercanos, lo que ocasiona un gran trastorno en los 'desplazamientos de los perjudicados y de los testigos. Tanto es el trastorno, que la denuncia suele ir seguida de resignación, pues se ocasio­naría un mayor perjuicio por las jornadas que se pierden para acudir ante el juez. En los casos de responsabilidad por los destrozos que hace el ganado, otra de las plagas del minifundio, suelen conformarse los labradores con la mísera indemnización que ofrezca el ganadero, por la misma razón de evitar el traslado al pueblo cercano. La consecuencia es un estado de semianarquía que trae como consecuencia que se vaya acumulando rencor, por parte del labrador, hasta el día que sorprende a alguien dañándole en sus propiedades y entonces, tomándose la justicia por su mano, le somete al enemigo a un castigo desproporcionado.

En el puente romano que se tiende sobre el río Arvillas, hubo una cruz dibujada con almagre, que la lluvia ya borró, recordando al que le atravesaba, que desde allí cayó al río y se ahogó una niña, hija del molinero del pimiento. Llevaron el cadáver al campo santo. En un tugurio que llaman el depó­sito, en una mesa de piedra, fue tendida. Llegó el médico e hizo la autopsia. Se dio cuenta al señor juez de instrucción. Ya estaba abierta la fosa qué había de recibirla cuando llegó la pareja con un sobre para el alcalde. El juez de instrucción prohibía el entierro en el campo santo del pueblo. Ordenaba se cargara el ataúd en una muía y fuera llevado al de Arenas. Así se hizo. Sobre la albarda, a un lado colgaba el féretro, ya clavado. Al otro lado, sirviendo de contrapeso, una saca de paja. ¿Por qué ordenaría aquéllo el hombre de la toga? Recordaría el precepto de «dura lex, sed lex» y olvidó el de «máxima lex, máxima injuria». El campo santo de Poyales, donde reposaban los antepasados de la niña ahogada, dista tres kilómetros del lugar del accidente. El de Arenas, dieci­séis. El juez pensaría: «La niña ha muerto en terreno común de Arenas y Candeleda. Que la entierren en uno o en otro. En Poyales jamás». Losjoyancos lo consideraron como una afrenta colectiva. Pensarían: «No se conforman con nuestros impuestos, quieren también nuestros cadáveres». Y desde aquel día acordaron no volver a morirse en el proindiviso.

¿Aquél hombre que le dio el mal postrero estando en la viña y trajeron rápidamente su cadáver montado en un burro tapado con una manta? No, no, señores. No fue así. No trajeron el cadáver, le trajeron muy malito y murió en su cama cuando faltaba un poquitín para que llegara el señor médico.

¿Aquél otro que medio paralítico se ahogó en un manan­tial al ir a beber? Fue en una fuente ya dentro del pueblo. Las malas lenguas dicen que fue en la jurisdicción forastera, pero no hay que creerlo.

El desgraciado que decide ahorcarse lo hace en una viga de su casa o en un olivar de las proximidades. No va a elegir chaparros del proindiviso.

En realidad este estado de cosas no hay que achacarlo a oposición mal intencionada por parte de los dos grandes. Tal vez si sus respectivos alcaldes tuvieran poderes para ello renunciarían a la jurisdicción sobre la zona. Incluso un plebiscito convocado entre sus vecinos ratificarían esta decisión. No se corrige el defecto por desidia más que por dolor; la desidia es lo que hace que se vayan arrastrando los llamados errores tradicionales.

 

CAPITULO XVII

Como un brindis

poyales no tiene escudo. Merecía tener aquél con que com­pareció al torneo el caballero Ivanhoe según la novela: un escudo con un mote de una sola palabra: «Desheredado».

Otros pueblos tienen casas consistoriales espléndidas: El Hoyo la tiene tan sencilla que casi diríamos mísera. No es lo mismo, que todo depende de la cabeza. «Ves el chozo, así es el guarda». Un pueblo con casa consistorial raquítica quie­re decir que todo anda mal allí. Los pueblos vecinos tienen magníficos edificios escolares, construidos en parte por el municipio, en parte mediante subvención estatal. Poyales tiene escuelas demasiado modestas, a consecuencia de no haber podido aportar la fracción que se exige a los municipios para la construcción de buenas escuelas.

Un mendigo profesional, sucio, harapiento y desgreñado, obtiene más fácilmente la limosna que el vergonzante que con camisa limpia, bien rasurado, peinado, aunque hambriento suplique algún trabajillo, porque no se atreve a pedir sin antes ofrecer. Así es el caso de nuestra villa. No es de esos poblachos repulsivos que inspiran una mezcla de asco y com­pasión. Transitando por la carretera, una carretera asfaltada, bordeada de acacias y chopos, en medio de una campiña ri­sueña, no se puede apreciar la pobreza del erario municipal. La carretera pasa subida a un bancal, que está cortado por una rampa para bajar al casco. Por unas escalinatas puede bajarse a la calle paralela a la carretera, de casas blanqueadas y de tres pisos. Pasando por un puentecillo que salta sobre esta calle se llega al café, situado en el piso superior de un edificio, sirviéndole de puerta lo que debió ser balcón. Así, la primera impresión que se recibe es que se trata de un pueblo afortunado que no necesita ayuda ninguna. Sin embargo...

Quiera Dios que esta líneas que se han escrito, marquen el comienzo de una campaña en pro del desheredado. Que se cree un estado de opinión favorable, para que cuando se vuelva a solicitar la jurisdicción,—hace siglos lo están haciendo— encuentre la instancia buena acogida, máxime teniendo en cuenta que nunca trataron los joyancos de coaccionar a la superioridad por medio del motín o inter­ceptando la carretera, como hicieron en caso parecido La Parra y Solosancho.

En las cumbres del Cervunal, del Cambronal y de la Cabeza de Arvillas hay unos mojones que mandaron construir los ingenieros del catastro. Que en ellos puedan ponerse rótulos que digan: «Hasta aquí llega el término municipal de Poya­les del Hoyo». Otra serie de mojones con el mismo letrero junto a las aguas del Tiétar, entre La Pedriza y Monteagudo. Las cuotas y recargos municipales que graven estas tierras vayan al Ayuntamiento de quienes las poseen y trabajan. Entonces habría casa consistorial decorosa, escuelas buenas, caminos bien acondicionados, con vados enlosados donde hiciera falta, acequias impermeables, los dos embalses. Se podría reconstruir el puente de los Enriaderos, para poder exportar la cal en camiones, que hoy no pueden llegar a las caleras. Incluso con ayuda de Obras Públicas, prolongar el camino vecinal hasta Navalcán, para que se aproximen y complementen sus economías; que lleven el aceite y traigan el pan. Un alcalde que pueda gobernar y un juez de paz que pueda apaciguar, en vez de tener que inhibirse. Quién sabe si andando el tiempo, hasta agua en las casas y alcantarillado. Y una banda municipal para honrar la procesión de San Se­bastián, mártir glorioso.